viernes, 30 de marzo de 2012

Escribiendo cine: La mujer de negro (2011), de James Watkins


LA MUJER DE NEGRO (2011), de James Watkins

Basada en la novela del mismo título de Susan Hill.

Hace algunos años Emilio Gutiérrez Caba y Jorge de Juan consiguieron un enorme éxito llevando La mujer de negro a las tablas. Aquella obra estaba basada en el libro de Susan Hill pero con el añadido de una vuelta de tuerca más gracias a Stephen Mallatratt que adaptó la narración al teatro y puso de su parte un original punto de vista que no se toca en esta versión cinematográfica.
James Watkins dirige con sobriedad y con acierto esta muestra de terror que sabiamente no se detiene en casquerías ni vísceras arrancadas de cuajo. Con la maravillosa ¡Suspense!, de Jack Clayton como modelo, el terror que elige Watkins es el de la tensión bien dosificada, con una larguísima secuencia en la que mantiene admirablemente el ritmo y el tono. El reparto está ajustado, la fotografía es brillante e inquietante a partes iguales. El único error posible es la presencia de Daniel Radcliffe en el papel protagonista. Carente de dotes dramáticas, su presencia es solo una simple guía que apenas habla y que raramente actúa. Su soltura en papeles de adulto después de la serie de Harry Potter es limitada y no llega a sintonizar lo suficiente como para que el pública tema demasiado lo que pueda pasarle. Tal vez, el odio de los espíritus también se ha manifestado en él y lo que verdaderamente importa sea salvaguardar la inocencia de los niños de las terribles maldades de los adultos. Él ya es uno de ellos.
Lo cierto es que, poco a poco, nos vamos adentrando en una atmósfera de turbiedad agravada por una impenetrable niebla. La maldición parece latente en una aldea que vive todos los días con el miedo y que tiene la costumbre de encerrar a sus hijos. Las marismas son la puerta del agua para una mansión de madera olida y de verjas tan desvencijadas como el alma. Allí, el aire parece que permanece quieto, a la espera de que el cielo de la maldad llegue a su fin. Las ventanas están pintadas con el polvo del olvido y de la muerte. La tristeza se apodera de las llamas de las velas. Al fondo, una puerta se abre, pasa una sombra, el miedo llega, nada se siente. Solo se presiente.
El barro es el escondite perfecto para el crimen. La cruz delatora es el luto del alma y el silencio incluye el desprecio y no deja ver al pánico terrible que se adueña de todos cuando los espíritus vagan en busca de una venganza.. El próximo, querido lector, puede ser usted.
Quizá la tragedia sea en el fondo el comienzo de la felicidad, el ansiado reencuentro, el premio elegido. Mientras tanto, el espectro fija su mirada en todos aquellos que apoyaron la crueldad con la indiferencia, que fueron cómplices del horror de la separación. El gótico se mezcla con la incredulidad deseada. Llega el aviso. Lo único que queda por hacer es organizar la coherencia de la eternidad.
La humedad se hace compañera de los cabellos, los ojos buscan explicaciones, la verdad no quiere ser escuchada. El rojo de la sangre es el telón de fondo y el mar se arrastra para tapar las pruebas y aislar las voluntades. El susto es ver lo innombrable, es asistir y no participar de la inquietud, es pensar que un niño puede ser manejado con el mandato del infierno. El dolor se amontona y ya no queda mucho espacio para pensar. La culpabilidad se desvía con demasiada facilidad. Y todo pasa porque el perdón es demasiado difícil de alcanzar. El negro lo domina todo y la tierra agarra con sus largos brazos a la luz del día. No hay nada que ver, forastero. Solo hay que tener tiempo para huir. Así que no lo olviden. Cuando acabe la película piensen en no mirar atrás porque tal vez les sigue una sombra de horror, de pena, de crueldad, de rencor asesino. Es el pasado que se encarga de recordarles todo aquello que debieron y no quisieron hacer. El destino torcido siempre empuja hacia sus designios y para ello no duda en armarse hasta el alma del odio y del frío de la muerte.


César Bardés

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