jueves, 18 de octubre de 2012

Escribiendo cine: Mátalos suavemente, Andrew Dominik

Basada en la novela del mismo título de George V. Higgins y publicada por Los Libros del Asteroide.
 
Diablos. Unos tipos deciden dar un golpe en una timba y son unos auténticos inútiles que coquetean peligrosamente con la piltrafa. Un asesino viene de lejos para ocuparse y tiene unos problemas afectivos, efectivos y adictivos. Un abogado se encarga de encargar todos los trabajos sucios a un tipo que se las sabe todas, que no tiene ni un gramo de escrúpulos y que pone reparos en matar a la gente que conoce. Un mafiosillo de tres al cuarto propone el palo y no sabe por dónde van a venir los tiros. Y para colmo, el organizador de las partidas de póquer recibe más que una estera porque hace años intentó hacer exactamente lo mismo que ese par de basuras prescindibles.
El frío se acusa en cada escaramuza. La lluvia cae para empaparlo todo en sangre o, mejor, para clarear la sangre más brutal. Los tonos se hacen tan tenues que el blanco y negro es poco menos que obligatorio. Es normal. Tanta violencia solo puede ser retratada así. Lo demás son tonterías. Por mucho que un tipo diga que América es una nación, o una comunidad o un pueblo. América es un negocio. Así que paga por cada disparo.
Las charlas interminables que son motivaciones atípicas se suceden para descubrir el lado más vulnerable de unos cuantos individuos que se dedican a matar para lavar los trapos sucios de unos cuantos desalmados. Y el caso es que esas mismas charlas parecen hacer mella en la moral de los que les escucha. Porque no se comprende muy bien que un asesino tenga un ápice de sensibilidad o que sepa con exactitud la vida y obra de Thomas Jefferson. Esos fulanos saben disparar. Con maestría. A través de dos cristales de coche y usando la intuición como mirilla. Pero es difícil de tragar que se cedan trabajos como quien se deja lápices en el despacho. No sé, no sé. Paga lo convenido, cabrón. O vas a ver la exacta densidad de tus sesos.
La droga corre y la violencia está concebida como una intensa cámara lenta llena de estéticas visuales sorprendentes, de músicas que implican algo más íntimo que un percutor haciendo eficientemente su trabajo. Los cristales rotos son agua atravesada sin estallido y hacen la función de espejos de discoteca girando en una espiral de salpicaduras y lamentos. Los golpes son inmisericordes, implacables y secos. El dinero mueve el mundo, señores. Y el problema es que ya no hay dinero.
No hay nada como convencer a la víctima de que se va a salvar si colabora. Así tienes chófer y compañía. Luego un tiro en la sien cuando menos se lo espera y listo. Lo demás es rutina. Pero, eso sí, hay que matarlos suavemente, a distancia, sin que los ojos te miren porque la súplica es tediosa y el ruego es un coñazo. Las balas salen sin preguntar pero el que aprieta el gatillo tiene que estar ahí, haciendo su trabajo y más vale hacer las cosas bien o el próximo disparo va a llevar grabado el nombre del ejecutor y eso no tiene gracia. Ni siquiera tomándose unas cuantas copas para infundir valor.
Natural es el trabajo de Brad Pitt. Sin aspavientos ni estudiadas poses. Su interpretación es tan implacable como su papel. Con seguridad, cogiendo el tono de un profesional que apunta, dispara y no corre. Su lógica es tan aplastante como su munición. Y es el único que destila inteligencia porque si los mafiosos se nutren de esta jungla de animales, más vale que comiencen a pagar un poco más y compren calidad porque el negocio se les va a ir por las alcantarillas. Es lo que tiene ahorrar costes. Que el trabajo se devalúa. Si pagas menos, acabas teniendo menos. Si el negocio es matar, la sangre va a servir para tapar los desconchones de la chapuza pero va a haber demasiadas pistas. Irregular es la cosa. Y nada fiable. Algo así como esta película.
               

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