lunes, 7 de enero de 2013

Escribiendo cine: El capitán Blood, Michael Curtiz.

Basada en el libro del mismo título de Rafael Sabatini publicado por Edhasa.
 
El chasquido de las espadas es el ruido que producen dos palomas cuando se besan en su interminable cortejo alado con el aire como único apoyo. Los brazos se estiran en un intento de alargar la carne en metal y el metal en sangre. El duelo puede que no limpie un nombre pero deja intacta la honestidad que tanta falta hace a quien quiso ser corsario cuando su único sueño era la medicina. La rebelión se une al compás del acero forjado por peleas que no buscan la sangre aunque sí la vida. La propia. El mar sopla inflando las velas, llevando por los rincones de espuma a quien desafía a la autoridad por injusta, y a la guerra por desigual. Una pierna vale unos cuantos escudos. Las dos te pueden hacer rico, botarate. Y mientras estamos absortos en aquella lucha, en esta imposible coreografía de floretes y sables y en la tormenta que nos arroja a la bahía donde los tiranos plantan a los hombres a los que quieren dominar, nos encontramos con la mirada socarrona del héroe. La sonrisa que no se pierde, por mucho que se quiera cruzar de una certera puntada. El valor en el salto. La quimera en el pensamiento. La verdad evadida.
No hay arrojo parecido. No hay sombras en el futuro porque hay que ir siempre a favor del viento. La espada es la razón. El resto son sólo excusas.
Y, sin embargo, ella cruza con su mirar sereno, como una ola de tranquilidad y sosiego en medio de la marejada de la esclavitud; como un prado de aguas lisas que mecen el devenir de las miles de millas que aún quedan por surcar en busca de algo tan caro como es la libertad. Y, aún así, en su corazón hay bravura de mujer, furia de fémina trastocada en corpiño que se le desata por el deseo, ira de belleza conjurada para obtener lo que realmente quiere, justo aquello sobre lo que se posaron sus ojos de indómita.
Y así es como nacen las parejas inolvidables en el cine. Por un lado, un estupendo desconocido, de físico privilegiado, de sonrisa que parecía puro cielo de paladar y broma de hombre inocente. Por el otro, una joven novata, de mirada profunda y de serena belleza que, con el tiempo, se convirtió en actriz de sabiduría heredera y de hechuras de gran dama. Errol Flynn y Olivia de Havilland. Y juntos nos hicieron partir en busca de nuevas rutas por las aguas de la aventura nunca vista, siempre trepidante, de ojo avizor y de trampa a la vuelta de la ola, de alaridos de victoria y de seguridades nunca derrotadas por mucho que se llegasen a entregar las armas. Ésta película es gozo, es sombra en el arte, es tiempo medido en el viraje de la acción, es el tanteo en tercera para ofrecernos duelos que, por muchos años que pasen, nunca podrán ser coreografiados igual. Es la certeza de que el cine, cuando quiere, es mucho más que un entretenimiento, mucho más que un simple rato pasado delante del televisor. Es tener la seguridad de que el cine es la única y auténtica aventura que hará que visitemos lugares de valor tan inhóspitos que nunca soñamos con que existieran.
 

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