viernes, 15 de febrero de 2013

Escribiendo cine:La legión del aguila, Kevin McDonald.


Basada en el libro "El águila de la novena legión", de Rosemary Sutcliffe, editado por Plataforma. 


 -. Desde luego, no hay nada como 300.
 -. Perdón, no hay nada como Espartaco. 

Este es el leve diálogo que mantuve con la espectadora sentada a mi izquierda al oír su comentario de admiración hacia la película de Zack Snyder. Y lo reafirmo, lo reitero y lo declaro con voz bien alta. Y es que esta supuesta historia de romanos en busca del honor y de la libertad es tan prometedora como frustrante, tan interesante como débil y tan vigorosa como falsa. 

 Y es que, para empezar, hay que poner muchos reparos a un guión que funciona a saltos, con una armazón que se tambalea a cada nueva secuencia y con unos recursos infantiles que hacen que toda la situación de partida, atrayente y adecuada, se convierta en algo inútil, como la herida de una espada hundiéndose en el agua, que apenas siente y sigue su camino más allá de los muros del mundo conocido. 
Para seguir, habría que meter en el psiquiátrico al director de todo el tinglado, Kevin McDonald, nieto del gran Emeric Pressburger y que aquí da toda una demostración de que el talento puede no ser cuestión de genes. Stanley Kubrick, precisamente, cuando se incorporó al rodaje de Espartaco en sustitución del previsto Anthony Mann, se encontró con un guión que no incluía ni una sola secuencia de batalla, todo se daba a entender a través de paisajes después del combate. Kubrick habló con Kirk Douglas y le dijo que eso no podía ser, que él mismo iba a diseñar unos cuantos enfrentamientos bien hechos y mejor rodados porque si no el público se iba a sentir muy decepcionado. Pues el tal McDonald me ha decepcionado profundamente porque, a pesar de que hay dos o tres secuencias cruentas y repletas de acción en la película...diablos, no se ve ni jota. Y además, en algún momento, hasta se puede uno dar cuenta de que es culpa exclusiva del tipo que da las órdenes porque hay secuencias coreografiadas y que, sencillamente, se niega a mostrar porque queda mucho más chulo y hace más romano que sólo se vean gotas de sangre salpicadas y un movimiento que, de tan impreciso, el cerebro no puede rellenar porque no se sabe muy bien qué es lo que esta ocurriendo. 
Para continuar, hay que ver la tendencia sádica que se nota en algunos de estos modernos creadores poniendo en la misma escena a un actor de verdad con otro que, ni de lejos, llega a serlo. Y aquí el pobre de Channing Tatum, de físico muy potente y adecuado en el tono de ira contenida pero muy corto de registro, se las tiene que ver en varias tomas con Donald Sutherland. La diferencia es tal que, sencillamente, sólo se mira en una dirección y no es hacia el protagonista, sino a ese viejo que sabe más por perro que por viejo y que, en los pocos minutos que aparece, demuestra su sabiduría a través de miradas que hacen que su personaje exista. El otro sólo intenta que su personaje actúe. Eso sí, hay que reconocer que, teniendo menos campo para batirse, Jaimie Bell, el niño de Billy Elliot aún tiene un par de momentos que merecen algo la pena aunque sin saltar fuegos artificiales. 
Y luego hay estancamientos clamorosos de la historia, con la aparición de esa tribu celta que es la resolución del honor que busca el supuesto héroe y que se parecen sospechosamente a los guerreros de Avatar y que hacen que, durante un buen rato, todo se derive con premeditación y alevosía hacia La presa desnuda, de Cornel Wilde. Como nota positiva habría que señalar el arranque que hace que el público mantenga la esperanza de ver algo con sentido y trabajado, hasta que las primeras espadas empiezan a cruzarse y ahí se ve que no se ve nada y que el director vale menos que la vida de un esclavo de origen noble. Y al final, al abandonar el cine, al espectador no le queda otro remedio que iniciar la retirada con la afamada táctica de la tortuga romana. 

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