Basada en el libro del mismo nombre de Jay Parini editado por RBA.
El movimiento de desprecio hacia las cosas materiales que
ideó León Tolstoi y que comprendía también el amor y la libertad como valores
máximos, la resistencia pasiva como forma de protesta, la igualdad detrás de la
verdad y el rechazo de la Iglesia, fue pasto de la interpretación errónea del
fundamentalismo humanista. Lo que era idea, degeneró en religión mientras las
obras del genio aspiraban a ser divulgadas a todos los rincones como un
sentimiento de legado para los más pobres.
Toda idea, sin embargo, tiene su contradicción intrínseca
y Tolstoi comienza a vivir en sus propias carnes la terrible batalla que se
desata entre amor y libertad simplemente porque son conceptos contrapuestos. El
amor son ataduras, obligaciones, dulzura regalada, humor cómplice, darse sin
esperar nada, esperar sin derrota en la mirada. La libertad significa la
capacidad de elegir, de hacer, de comportarse y de buscar lo que más se desea y
eso, inevitablemente, siempre es la felicidad. ¡Qué gran choque se produce! La
libertad es la felicidad pero nunca se es feliz si no hay amor. Y los mimbres
de la creación, de la genialidad, del talento están hechos de trenzas de cariño
que te da quien mejor te sabe comprender.
En este permanente
enfrentamiento, por fin, encontramos cómo una película se puede elevar hacia
categorías extraordinarias cuando dos actores de la sabiduría y encaje de
Christopher Plummer y Helen Mirren aparecen en escena. Él sabe conjugar en un
rostro de amable vejez y cansada pluma el intento de encontrar el equilibrio
vital que le permita morir en paz y, no obstante, sólo consigue un desolador
estado de guerra. Ella ilumina la escena con una presencia profunda que destila
el saber mirar de una gran dama, la desesperación latente de quien olvidó cómo
amar, la ira de permanecer detrás de las páginas cuando gran parte de la tinta
inmortal del enorme escritor tiene su piel, su risa, su compañerismo, su
vitalidad, su sentimiento de admiración y de soberano deseo de estar junto a
quien siempre ha amado. Libertad es Plummer. Amor es Mirren. Y ambos colisionan
violentamente porque la idea de amar nunca puede volverse religión.
Entre tanto, caminamos por
espacios rusos que huelen a campo y trabajo, por estancias de madera que
parecen recoger las virutas de los roces provocados por la actividad de un
escritor que quiso ir un poco más allá en su visión de la realidad utilizando
una ficción que nunca dejó de ser verdad. La inteligencia como arma y
transferida en un papel para que el resto del mundo pueda llegar a librarse de
la manipulación continua. Pero siempre habrá alguien que quiera coger el
pensamiento del comunicador para reinterpretarlo y hacer que sea olvido de su
razón, de su herencia, de su compromiso.
A pesar de algunos errores de planificación del director, Michael
Hoffman, la película tiene mucho humor que pule la densidad de los obviados
planteamientos literarios de Tolstoi. Más tarde, deriva en un drama sobre dos
personas que se aman con tal intensidad que, en su tremendo combate de
intereses, aún tienen tiempo para una despedida en calma, para una sonrisa de
tranquilidad, para tener esa seguridad de sentirse felices porque han sido
amados. Ahí reside, tal vez, el secreto y la unión de dos almas que el tiempo
convierte en viejas y que guardan el latido necesario para seguir siendo
humanas, para seguir siendo las dos partes de la misma persona, para seguir
siendo destinos amarrados con fuerza el uno al otro, primera y última estación,
libertad enamorada del amor, bendición y creencia, coherencia y calor, viaje y
hogar, vida y agua, papel y escritura, arruga y conciencia, precio y mercancía,
ternura y comprensión. Todas estas letras mal juntadas puede que sean las
insondables estancias en donde se asienta el genio de un escritor que fue
libertad y que tuvo amor.
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